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Julio FermosoCatedrático de Neurología de la Universidad de Salamanca

El proceso de envejecimiento se acompaña de una mayor vulnerabilidad para la enfermedad, con tendencia a la cronicidad, con frecuente pluripatología y con mayor riesgo para situaciones de dependencia y pérdida de autonomía. Pero no existen “enfermedades propias del envejecimiento”, aunque es evidente que ciertas patologías presentan mayores tasas de prevalencia en las personas mayores; son enfermedades consideradas “edad-dependientes” porque su frecuencia aumenta mucho al cuantificar su presencia en progresivos tramos de edades superiores a los 65 años. Es el caso de la hipertensión arterial, las demencias, la dificultad de movilidad y trastornos del equilibrio, la enfermedad vascular cerebral, la enfermedad de Parkinson, la insuficiencia cardíaca, la depresión, las cataratas, o la incontinencia.

Una característica general del envejecimiento, como proceso, es la progresiva pérdida de la capacidad de adaptación, con disminución de la reserva funcional del organismo, haciéndole más frágil  ante cualquier agresión externa o del propio individuo y, por ello, más vulnerable ante la enfermedad. Nunca se insistirá suficientemente en el hecho de que el periodo de envejecer no ha de ser considerado como sinónimo de enfermedad; si bien es cierto que es una fase de la vida con mayor presencia de procesos patológicos al romperse el equilibrio preexistente cuando los daños acaban sobreponiéndose a la capacidad de reparación biológica.

Al valorar personas que transitan por el periodo del envejecimiento se identifican diferencias individuales atribuidas a factores genéticos, modos de vida, agresiones del medio y merma de capacidades para responder, que hacen visibles dos modos de envejecer: el positivo (envejecimiento en salud) y el patológico en el que el proceso avanza más rápido (envejecimiento prematuro) con más evidente merma de funciones y capacidades.

A lo largo del proceso de envejecimiento ciertas capacidades se mantienen en plena actividad, algunas en mayor desarrollo que en otras etapas cronológicas, mientras otras funciones declinan y pueden llegar a perderse. De modo sutil y progresivo se producen cambios derivados del progresivo “agotamiento” de la reserva funcional de distintos sistemas, tanto estructurales como  hormonales y de neurotransmisores que facilitan la aparición de enfermedad. Además, existe una modificación principal, que es de carácter general, y consiste en una  mayor vulnerabilidad ante las agresiones externas o del propio individuo, con peor capacidad de adaptación a las situaciones de estrés, biológico o psicológico, endógeno o del entorno.

De manera más concreta, y siempre en desarrollo del normal proceso de envejecimiento, aparecen cambios en las arterias de todo el organismo (depósitos de calcio, colesterol y otras sustancias en la capa íntima de la pared, disminución de la elasticidad y progresivo estrechamiento del calibre arterial, o microaneurismas en los vasos cerebrales) que son en parte responsables de descensos de las funciones en el corazón, en el cerebro (menor coordinación y capacidad de reacción motoras, menor sensibilidad a estímulos sensitivos en piel y menor sensibilidad a órganos de los sentidos con presbicia y disminución de la capacidad auditiva,  peor capacidad de ajustes al cambiar de posición con sensaciones de mareo, pérdida de memoria reciente y mayor dificultad para el aprendizaje, además de variaciones en el sueño que se hace más corto y fragmentado) o en el riñón (disminución de la capacidad para concentrar y diluir la orina, modificaciones en las funciones en los glomérulos y en los túbulos con una mayor vulnerabilidad a los medicamentos que presentan más efectos indeseables).

Cualquier órgano es receptor de modificaciones en su función, simplemente por el paso del tiempo a lo largo del proceso que nos ocupa y con un alto grado de variabilidad individual, siendo fisiológicas las mermas funcionales citadas, aunque no son las únicas. Las repercusiones patológicas  --enfermedades--  se presentan en la práctica totalidad del organismo, pudiendo afectar al sistema cardiocirculatorio (insuficiencia cardíaca, patología coronaria, arritmias, hipertensión arterial, insuficiencia vascular de extremidades), al sistema nervioso (demencia, enfermedad de Parkinson o parkinsonimos producidos por medicamentos, patología vascular cerebral, depresión), aparato digestivo (reflujo gastroesofágico, cáncer de colon), aparato respiratorio (gripe, cáncer de pulmón, bronquitis crónica), órganos de los sentidos (catarata, glaucoma, sordera, vértigo), aparato urinario (patologías de la próstata, insuficiencia renal), aparato locomotor (artrosis, osteoporosis, fracturas), sistema endocrino (diabetes, obesidad, deshidratación).