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Pilar AmakuAutora del blog El Amaku

Cuando una abuela se va de nuestro lado, algo muere dentro de cada nieto. De repente aparece un hueco irreemplazable donde antes estaba ella, aparecen conversaciones vacías donde antes había mil historias repetidas, despedidas y despertares a habitaciones desnudas y una inmensa soledad en un salón que antes se llenaba con una sola persona.

Recuerdo a mi abuela como si fuera ayer, siempre con un gorro en la cabeza porque le daba frío a los oídos, con la toquilla que ella misma tiñó de negro, sobre sus hombros caídos, y con una arruga por cada experiencia vivida cubriendo su rosto.

La recuerdo como una trabajadora incansable, aun cuando tenía 89 años, a pesar de no cocinar debido a la torpeza de la edad y otros problemas que se lo impedían, ella se encargaba siempre de pelar las patatas necesarias para hacer la comida, preparar los fréjoles, picar cebolla, pelar nueces, avellanas, castañas… Le encantaba ser útil y sentirse útil. Y a mi me gustaba verla así.

Le encantaba hablar, supongo que trabajar durante años atendiendo un ultramarinos con cantina te hace sociable. Parece que era ayer cuando estaba sentada en la tienda de mi madre, interrogando sutilmente a cualquier cliente, indagando de qué pueblo era y de qué familia: “¿E tí de quen eres?” (“¿Y tú de quién eres?”), para luego preguntarle por medio pueblo a la vez que contaba una anécdota con cada uno de ellos.

Siempre tenía un dicho para cada uno: “Andrés, come tres, leva catro no farrapo e ainda non vai farto”, para cada día “Por San Blas la cigüeña verás”, para cada cambio de tiempo: “Hasta el 40 de Mayo no te quites el sayo”…

Nos contaba orgullosa mil historias que repetía una y otra vez, supongo que quería contarnos cosas que por un motivo u otro quedaron grabadas en su memoria para siempre, como la receta secreta de su empanada de acelgas y patatas que volvía locos tanto a los clientes de la cantina como a familiares y vecinas.

Otra de sus afamadas historias era la del limón como medicamento, porque cuando era joven y trabajaba en el ultramarinos, se vendían muchos limones para medicina, y así, aun con el paso de los años, ante cualquier dolor no había nada como unas friegas con limón. Por esto siempre tenía un pedazo en la mesilla de noche, para frotarse y aliviar así los dolores de la artrosis.

De mi abuela aprendí que el paso de los años te hace más serena, más calmada, que los problemas que podían ser un mundo pasan a un segundo plano, y que conformándose con lo que cada uno tiene sé es más feliz.

Todo lo parecía bien y a todo se apuntaba. Le decíamos que era bueno que pintara con ceras, para que articulara las manos y para estar entretenida haciendo algo diferente. Así que nos sentábamos en la mesa de la cocina, nosotros a trabajar y ella a pintar, y pasaba media tarde entretenida, creo que más por estar con los nietos que por estar pintando, pero se conformaba.

Siempre con ganas de aprender, de progresar, nunca vi en ella un ápice de desánimo o de vejez. Tras un achuchón siempre se levantaba y trataba de seguir con su vida como si nada hubiera pasado. Se adaptó perfectamente al andador, que a muchas personas mayores les cuesta, porque se dio cuenta de que podía caminar de forma más estable y ser más independiente, así como con el acople del baño; eran pequeñas ayudas para que ella pudiera seguir siendo quien era.

Siempre intentaba mantenerse en buena forma: tenía su pelota de goma para apretar con las manos y cada día subía y bajaba las escaleras de un segundo piso varias veces:

- Marcho para abajo

- ¿Ya marchas?

- Sí, me cansan las piernas, y así bajo las escaleras y hago ejercicio.

Recuerdo el último año que compartimos, la llevamos con la silla de ruedas que nos cedió la Seguridad Social hasta la Plaza Mayor, la Playa Fluvial… las calles que más recuerdos le traían y por donde hacía años que no paseaba, y estaba feliz, hablando con gente que no veía desde hacía años, viendo cómo cambió el pueblo, los negocios, las casas, el río…

El último verano la llevamos a la playa en la silla de ruedas, comimos de picnic, paseamos… Iba encantada.

Y todas estas experiencias y muchas más me hacen recordarla como una abuela feliz, que dentro de la soledad de haber perdido a dos maridos y sufrir una guerra civil, la pérdida de su primera hija recién nacida y todos sus problemas de salud, siempre tenía esas inmensas ganas de vivir y estar con los suyos.