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Míriam Sorribas Cateura, psicóloga y terapeuta de la Residencia Sant Martí (Fundació Vella Terra)

Decía José Saramago, la vejez empieza cuando se pierde la curiosidad. Y es que la curiosidad motiva, hace que nos impliquemos en el entorno, y nos permite reaprender la realidad  para conseguir hacernos sentir mejor.

La curiosidad, un mecanismo que causa aprendizaje

Si viéramos al momento qué está sucediendo en nuestro cerebro cuando nos sentimos motivados veríamos el fenómeno de la plasticidad neuronal. La plasticidad es la creación de nuevas conexiones, produciendo la neurogénesis, o creación de nuevas neuronas y la curiosidad provoca plasticidad y nos hace relacionar una serie de conceptos que son sencillamente extraordinarios.

Observando el cerebro del bebé vemos que éste aprende gracias a las ofertas comunicativas que encuentra a su alrededor, en su realidad más cercana (las cosas que tiene a su alcance o que sus padres le dan cuando las pide). Estas ofertas comunicativas (por ejemplo, ver un juguete lejano y querer cogerlo o pedirlo y que alguien se lo dé) son causantes de dotar al cerebro de redes neuronales, cada vez más complejas, responsables del aprendizaje y otras funciones cognitivas superiores, como pueden ser la capacidad de razonar, reflexionar, planificar... ¿Podríamos decir, entonces, que la  curiosidad promueve que el bebé aprenda? Pues desde luego que sí. Y no nos olvidemos que, tal y como cita el neurólogo Gurutz Linazasoro en su libro “Ciencia Diaria” que aprendemos pensando, y la calidad del resultado del aprendizaje está determinada por la calidad de nuestros pensamientos.

Hablar de curiosidad es, pues, hablar de varios procesos cognitivos que tienen lugar en el propio cerebro, entre ellos, como hemos dicho, el aprendizaje. El aprendizaje es una modificación del comportamiento coartado por las experiencias,  gracias a un buen aprendizaje viene un verdadero cambio de conducta, y por eso, conlleva un cambio en la estructura física del cerebro. Aquello que aprendo a través del hecho de poderlo experimentar crea una huella imborrable…Incluso en los cerebros adultos que pueden estar enfermos. Pero, además, la curiosidad y el aprendizaje tienen una base emocional importante, y esto es lo que nunca debemos olvidar. De hecho el cerebro crea variabilidad entre los individuos a partir de la interacción compleja y contínua de lo cognitivo con lo afectivo.

La curiosidad en las personas con Alzheimer

Cuando trabajamos con personas con alzheimer, debemos buscar contínuamente recursos para promover la curiosidad. Y, esta curiosidad debe partir de lo que hemos comentado anteriormente: el objetivo de promover la plasticidad, buscar maneras de conectar a través del aprendizaje. Como hemos dicho, si este aprendizaje no viene dado por la motivación o no está basado en la curiosidad que pueda sentir el individuo, el fracaso está anunciado. Está claro que esto conlleva una serie de dificultades a la hora de proponer tareas significativas para el paciente. Una de las más importantes tiene que ver con algunos trastornos de conducta que vienen causados o son síntomas directos de las propias enfermedades neurológicas, por ejemplo las conductas apáticas. Es por ello que la decisión de que el enfermo tome la iniciativa de participar en las actividades psicoestimulativas o de reeducación, debe ser un objetivo constante en el trabajo con el paciente. Y cuando esta iniciativa se da debe tener una respuesta más que inmediata por parte del profesional, familiar o entorno más cercano. Si esta respuesta no se da, el intento de iniciativa del paciente se pierde fácilmente. Sería como en el caso del bebé, cuando éste intenta balbucear y no es respondido a su balbuceo. Este diálogo que tenemos con los bebés, también citado como “baby-talk” les supone ayudas importantes para la imitación, y ayuda a centrar la atención, entre otras cosas. Y de ellos debemos aprender.

Situaciones que promueven la implicación en el Alzheimer

Esto, como decíamos, posibilita la creación de una estructura comunicativa, de un diálogo, donde ambas partes se van ajustando. Una de las partes más imprescindibles para que este ajuste sea válido tiene que ver, como hemos dicho, con el tipo de recursos/tareas que se le ofrezcan y que él mismo debe escoger. El contenido de lo que se ofrece ha de ser lo más ecológico posible, estar totalmente relacionado con su realidad. De hecho múltiples estudios demuestran que si este tipo de tareas no se relacionan con actividades de la vida real éstas no provocan ningún resultado eficaz ni ningún cambio duradero ni aprendizaje posible. Continuando con la similitud del cerebro del bebé, lo mismo pasa con ese  bebé que aprende a andar porque su entorno lo predispone, por ejemplo porque debe coger algo que le interesa y se le deja que investigue, para que finalmente pueda gatear y coger aquello por lo que sentía curiosidad. De hecho no es gratuito comparar ambos estados neurológicos, teniendo en cuenta que las fases por las que pasa un enfermo con demencia de alzheimer son las mismas fases, sólo que inversas, a las que pasa un bebé. Por eso importa conocer cómo funciona y qué necesidades tienen los bebés, porque nos darán las claves para entender las necesidades emocionales y cognitivas de las fases más avanzadas de la enfermedad.

Como decíamos, ésta implicación debe iniciarla el propio paciente, y el profesional habrá de guiarlo y ponerle a su alcance, pero no en su mano, los objetos que formen parte de su historia de vida, y por tanto tengan que ver con sus necesidades personales, y reales. Una de las maneras de cómo conseguirlo sería  trabajar con el paciente de alzheimer a través de la cotidianeidad, y no tanto a través de una estructura creada de actividades. Gracias a esto podemos centrar toda nuestra atención en la persona y no en la enfermedad.

Estas serían aquellas pequeñas cosas que hacen que sólo si pensamos en ellas conseguiremos llegar a comprender las grandes.