Todas las cosas tienen un principio y un final, Sopa con Tenedor finaliza hoy, un día cualquiera nació, para contar las experiencias, emociones y tribulaciones de los enfermos de demencias y sus cuidadores. Hemos recorrido un trecho de nuestro camino y tratamos de contar alguna de nuestras cuitas diarias.
El aparato de teleasistencia que permite a los mayores estar conectados con una central que les ayuda en casos de urgencia, no tenía copago para los mayores de 80 años. Con los recortes practicados por el Ayuntamiento de Madrid ahora si lo tiene.
La vida avanza, las demencias también. Las enfermedades de mis padres se hacen más profundas y mucho más difíciles de llevar. Mi padre está en una fase desesperante, tiene una inquietud espantosa, muchas veces no duerme y tampoco deja dormir. La barrera infantil que le ponemos en la cama para que no se levante y se caiga, algunas veces la sortea y sale de la cama.
No sé si les pasa a todos los cuidadores, pero a mí sí. Tengo una especie de síndrome, acostumbrada a actuar continuamente, no sé parar. Acabo creyendo que sin mí, las cosas no van a funcionar. Que si no encontrarán la ropa, que la comida del congelador está sin etiquetar y se harán un lío...
En muchísimas ocasiones, me dejo caer sobre el sofá, me zambullo entre los cojines resoplando... Otra vez vuelvo a caer presa de esa frustración que tan difícil lo vuelve todo.
Mis padres son niños de la guerra, mi padre tenía 12 años y mi madre 5 cuando empezó la guerra. Ambos son madrileños y la guerra en Madrid fue durísima. Han sobrevivido a la guerra, al hambre, al frío, al miedo, a la desnutrición. Tuvieron pérdidas importantes, padre, hermanos, tíos, primos.
Hace mucho tiempo que me siento huérfana. Mis padres ya no son mis padres. Su personalidad ha sido eclipsada por la enfermedad. No reconozco en absoluto a mi madre, es todo lo opuesto a lo que era. Es miedosa, obsesiva, recela de todo el mundo.
La comida es uno de los factores que los cuidadores debemos tener en cuenta. En el caso de mis padres, no tienen restricciones en la alimentación pues no padecen enfermedades que así lo aconsejen. No obstante por su edad, inmovilidad y particularidades hay que cuidar la comida.
Siempre fui una lectora voraz. Desde que aprendí a leer, a una edad muy temprana, he estado rodeada de libros, no concibo mi vida sin un libro en mis manos, mi bolso o mi mesilla. Digo que fui, pero aún sigo siéndolo, bien es verdad que la voracidad está matizada por las obligaciones y tareas del día a día.